En el jardín de mis recuerdos, en un rincón especial,
reposan mis niños atesorados y queridas, en paz celestial.
Aunque ya no estén aquí, su amor perdura en mí,
como estrellas brillantes en el cielo, nunca se desvanecen.
Vuestras huellas en mi corazón quedaron grabadas,
cada lamido, cada ronroneo, cada mirada, cada aleteo
fueron la música de mi vida, la alegría en mi hogar,
cada momento a vuestro lado, un tesoro sin par.
Aún puedo sentir vuestro suave plumaje y pelaje bajo mi mano,
escuchar vuestros ladridos, vuestro maullido, cacaraqueo y graznido temprano.
Vuestra ausencia pesa en el alma, pero en mi memoria,
sois eternos, inmortales, parte de mi historia.
Extraño vuestras travesuras, vuestro fiel compañerismo,
vuestra presencia en casa, vuestro amor sin egoísmo.
En este poema os honro, con cariño y gratitud,
por los momentos compartidos, por vuestra lealtad y virtud.
Hasta que nos volvamos a encontrar en el arco iris del cielo,
guardaré vuestro amor en mi corazón, como un tesoro.
Mis queridos niños, os amo y os amaré por siempre,
en mi mente y en mi alma, vuestra luz nunca se pierde.